Con la interpretación que Chet Baker hizo de “Almost blue” en su concierto de Tokio en junio de 1987 pasa otro tanto; bastan unas pocas notas, profundas y penumbrosas como los vastos páramos antárticos, y ya es obvio: debería estar prohibido volver a tocarla. También es verdad que en esta ocasión el mérito es relativo, ya que a fin de cuentas Elvis Costello la compuso a su exacta, precisa y milimétrica imagen. De hecho, “Almost blue” es el fruto de una obsesión. Costello estaba tan fascinado con dos escalofriantes versiones de “The thrill is gone” que Baker había grabado en 1953 y 1954 (hablamos de la melodía de Brown y Henderson de 1931, no confundir con el blues del mismo nombre popularizado por B.B. King), que se empeñó en escribir un tema de idéntico perfil; se publicó en 1982, como el sexto corte de su disco Imperial bedroom. Algún tiempo después Costello invitó a Baker a añadir un solo de trompeta a “Shipbuilding”, una canción para su nuevo álbum, y, como el que no quiere la cosa, le regaló una copia de Imperial bedroom y le sugirió que escuchara un “cierto tema” en concreto. Aunque tras aquello coincidieron varias veces, Chet nunca le comentó una palabra al respecto y tras su muerte Costello descubrió, con asombro y satisfacción infinitos, que el trompetista no solo había incorporado la pieza a su repertorio, sino que existía una tremenda versión en directo que recuperaba, por centuplicado, todos los matices y sensaciones que habían inspirado su composición. Recordad que estamos en 1987. La heroína había convertido a Baker en un grotesco y avejentado despojo, y faltaba menos de un año para que se rompiera el cuello al caer, en extrañas circunstancias, del segundo piso de un hotelucho en Amsterdam. Sin embargo, y paradójicamente, estaba en una espléndida forma musical. Incluso en su cénit, cuando era uno de los tipos más fotogénicos de los cincuenta, Hollywood lo perseguía, y público y crítica lo aclamaban en cada plaza donde toreaba, su voz y trompeta (imposible discernir una de otra) siempre parecieron frágiles, desventuradas; ahora suenan devastadoras, como ecos en una estación vacía a medianoche. Notad que el anonadado público no deja escapar ni un suspiro en los siete minutos y pico que dura la canción. Solo al final se escucha una discreta y respetuosa ovación, que he borrado para no estropear el efecto: en misa no se aplaude.
Con la interpretación que Chet Baker hizo de “Almost blue” en su concierto de Tokio en junio de 1987 pasa otro tanto; bastan unas pocas notas, profundas y penumbrosas como los vastos páramos antárticos, y ya es obvio: debería estar prohibido volver a tocarla.
ResponderEliminarTambién es verdad que en esta ocasión el mérito es relativo, ya que a fin de cuentas Elvis Costello la compuso a su exacta, precisa y milimétrica imagen. De hecho, “Almost blue” es el fruto de una obsesión. Costello estaba tan fascinado con dos escalofriantes versiones de “The thrill is gone” que Baker había grabado en 1953 y 1954 (hablamos de la melodía de Brown y Henderson de 1931, no confundir con el blues del mismo nombre popularizado por B.B. King), que se empeñó en escribir un tema de idéntico perfil; se publicó en 1982, como el sexto corte de su disco Imperial bedroom. Algún tiempo después Costello invitó a Baker a añadir un solo de trompeta a “Shipbuilding”, una canción para su nuevo álbum, y, como el que no quiere la cosa, le regaló una copia de Imperial bedroom y le sugirió que escuchara un “cierto tema” en concreto. Aunque tras aquello coincidieron varias veces, Chet nunca le comentó una palabra al respecto y tras su muerte Costello descubrió, con asombro y satisfacción infinitos, que el trompetista no solo había incorporado la pieza a su repertorio, sino que existía una tremenda versión en directo que recuperaba, por centuplicado, todos los matices y sensaciones que habían inspirado su composición.
Recordad que estamos en 1987. La heroína había convertido a Baker en un grotesco y avejentado despojo, y faltaba menos de un año para que se rompiera el cuello al caer, en extrañas circunstancias, del segundo piso de un hotelucho en Amsterdam. Sin embargo, y paradójicamente, estaba en una espléndida forma musical. Incluso en su cénit, cuando era uno de los tipos más fotogénicos de los cincuenta, Hollywood lo perseguía, y público y crítica lo aclamaban en cada plaza donde toreaba, su voz y trompeta (imposible discernir una de otra) siempre parecieron frágiles, desventuradas; ahora suenan devastadoras, como ecos en una estación vacía a medianoche. Notad que el anonadado público no deja escapar ni un suspiro en los siete minutos y pico que dura la canción. Solo al final se escucha una discreta y respetuosa ovación, que he borrado para no estropear el efecto: en misa no se aplaude.